ESTEBAN UREÑA

Foto: Diego Mora


Traído a colación por
Luis Chaves
G. A. Chaves
Alexánder Obando


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Diego Mora
Alexánder Obando
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Luis Chaves
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Vida y milagros
Esteban Ureña (Costa Rica, 1971). Estudios en Filología Española y Literatura Latinoamericana, UCR. Miembro del Taller de Literatura Activa Eunice Odio (1989-1993) y de la iniciativa de escritores jóvenes Octubre Alfil 4 (1992-1994). Trabaja como editor de libros de texto. Ha publicado Bestiario de amor (poesía, Editorial Costa Rica, 2004), y tiene inédito el poemario Minutos después del accidente y textos similares a cuentos.


Esteban dixit
"Quisiera escribir una poética monumental tipo Fenomenología del espíritu, pero supongo que resultaría una lista de supermercado. Y con lo caro que está todo. Como el amor y el sexo, tan lejos y tan cerca. La palabra y esos momentos en que el cuerpo nos recuerda su existencia. La luz helena de un Macedonio estrellándose contra la muralla de vasos vacíos de los Fabulosos. Pero tampoco quiero hacer más extensa esta lista de constrastes —recurso tan válido, tan de moda. Los poemas con sus palabras hacen cosas, pero no siempre, y nunca está garantizado ese salto al límite; la poética debería redactarla el lector. Al escribir intento saber algo, intento cambiar algo, y me carcome la pregunta de si esos dos verbos son sinónimos o antónimos. O si ambos excluyen al intento. Claro, está la ideología de la belleza, la belleza de la ideología (aun como ausencia de ideología); me seducen a ratos, pero nada que hacer: no logran sostener la escritura. Otra gramática haría falta."


Poemas


EN LA ALDEA

Si estuviera en una aldea neolítica y hablara de la superstición y de la ciencia, nadie entendería. Como si entonces alguien hubiera hablado en términos modernos: lo habrían ignorado, lapidado, olvidado. Pero si estuviera en una aldea neolítica, no podría saberlo, no podría imaginarme miles de años después sentada frente a una computadora, bebiendo mis tazas de positivismo y democracia de mercado. La conclusión es obvia: estoy en una aldea neolítica, pero no puedo saberlo, estoy condenada al olvido, y por la ventana de mi vocho 69 miro pasar, por la autopista helada de Bering, las manadas de bisontes que me sobrevivirán.





SELECCIÓN ARTIFICIAL

Que entre tres mil millones de mujeres
te elegí a vos… pues seamos francos
a lo sumo
entre vos y quedarme solo
nadando en mi cama como un cuatro colas
o uno de esos tontos betas
que se incendian con su imagen.

Y aunque el asunto fuera entre la soledad y vos
pensalo: no es poca cosa.
¿A quién más podría mostrarle
estos que son como animales, pero grandes,
estos árboles? ¿Con quién discutiría por horas
sobre la calidad del naranja
cuando atardece en Moyogalpa
o Malpaís?

Vamos: muchos se quedan
con la soledad, incluso
si escogieron (o creyeron escoger)
una mujer y hasta dos.

Dale un poco más de vuelta: en realidad
nadie elige a una mujer entre varias.
Nadie.

Pensalo bien.
No es poca cosa.





PLAZA DE LA CULTURA

Nada, un niño se retrataba en las palomas,
en su correteo suicida por sujetar
el muelle plumón verdoso, su garganta
que escapaba cada vez con un batir de alas irregular y rítmico.

En la plaza vemos rostros, bigotes, piernas del verano
como si reconociéramos un evento más allá
de la nariz del tío Ovidio
agarrada de una cabeza extraña,
de un cuerpo que huye con los cachetitos
de la prima Virginia.

¿Alguno se busca en la fachada del Teatro,
en los ángeles que pagaron por sus alas
un reposo de mármol, donde muere el hollín
y cagan las palomas?

Cada niño parece saber que el juego es su espejo
pues pronto vienen más, lo siguen, tratan de ayudarlo
mientras yo empuño un carboncillo ardiente
y voy dibujando, sin que nadie lo perciba,
mi rostro antiguo sobre el cuerpo infantil,
la expresión de otro niño que arrulla un cadáver de plumas.

(NOTA: El texto “Plaza de la Cultura” se publicó en el libro de poesía: Ureña, Esteban. Bestiario de amor, San José : Editorial Costa Rica, 2004.)