ADRIANA SÁNCHEZ

Foto: Laura Alpízar

Traída a colación por

Jenny Cascante


Trae a colación a
Sergio Pacheco
Santiago Villegas
Cristian Cambronero


Vida y milagros
Adriana es modelo 80, de febrero, para ser exactos. Desde 1999 está intentando salir de la Universidad de Costa Rica, pero no la dejan. Estudió filología española, y trabaja como asociada en una cooperativa autogestionaria de profesionales. Le gusta mucho la música, pero no baila. Canta, cocina y cose, pero desafortunadamente nada de eso le deja plata. Escribe mucho y publica poco, sobre todo desde que se acabó La Frontera del Ocio. Se le puede hallar en:
http://furiademais.com/
http://www.manosenlamasa.com/
http://www.delebimba.com.


Adriana dixit
"Mi poética: es proesía."


Poemas


A UN LAGARTO TRISTE

Usted no me gusta.
Eso no significa que me gustan las mujeres.
No tendría nada de malo que me gusten –de todas formas-
Pero la verdad es que me gustan más los hombres.
La cosa es que no me gustan todos los hombres,
Me gustan solo algunos.
Y usted no está en la lista.
De los que me gustan.

El problema, si lo hay, no me lo achaque a mí:
El feo, estúpido y aburrido es usted.
Que yo fuera lesbiana
Serían otros cien pesos.






DISERTACIONES MOJIGATAS

Pongámoslo en perspectiva, muchacho del sombrero de fieltro: desde hace 12 años, cuando lo vi por primera vez, sentí unas cosquillas en las piernas, un aleteo en la barriga, un desconsuelo de señora en contemplación… Sentí unas ganas adolescentes de tirármele encima, de robarle el sombrero, de robarle un beso, de salir corriendo después y que usted me persiguiera, de esperarlo en un recoveco de la calle, a la vuelta de una esquina y salir de repente a su encuentro, entre tímida e intrépida y decirle, muchacho del sombrero, que la vida es tan corta y sus dedos tan largos, que me estaba como quemando por dentro, que su sola presencia entraba por los siete hoyos de mi cabeza y que si se reía de mí, no me quedaría otra que sentarme a llorar.

Yo no tengo la culpa de todo esto, muchacho-sombrero. Tendría la culpa si me hubiera sentado a fijarme en que su barba termina en donde empiezan mis ganas de morderla. Nunca racionalizé sus brazos pecosos ni sus piernas largas. Fue todo una cuestión de mirada, de que luego un día nos hiciéramos amigos, y yo no pudiera, nunca, decirle que usted me entraba por los ojos, por la nariz… Si hoy me pasara que usted, de repente, me dijera vamos yo tiraría esta maleta que traigo en la mano, este abrigo pesado, este perro, esta casa, este barrio, y me quedaría así, sin nada, en medio de la calle, esperando.

No sigo porque se me seca la boca cuando pienso en usted. En la gracia con la que lleva esos zapatos, en la cadena que cuelga de su cinto, en la ternura con la que mira a su novia, en las malas intenciones de su mano cuando pasa a mi lado y me sacude el pelo como si yo fuera su hermana menor. Usted sabe de qué hablo, muchacho-fieltro: su bigote, mi mano, una tarde en el campo, contarle que me da alergia el zacate, semillitas de calabaza, tener 15 años y ser dueño del mundo, creerse las mentiras para abandonar las piernas a unos dedos largos.

Si usted me dijera vamos, yo iría. Siempre he sido el gen recesivo, muchacho-cadena. Entonces, le pido que nunca, nunca, me diga que sí quiere venir a cenar conmigo. Que nunca me llame para que vayamos al cine. Que se acuerde de apagar el teléfono antes de acostarse. Que no me sonría tanto cuando estamos a solas. Que trate de ser un poquito más patán y un poquito menos guapo.







ENSAYO SOBRE LA HISTERIA

Esta minifalda que me pongo hoy, Juan, es para sacarte los ojos. Mi histeria y yo, Juan-nunca-más, hemos decidido sacarte los ojos con esta minifalda y unas dos piernas que, según recuerdo, siempre te gustaron, tanto te gustaron. Nosotras, Juan –la minifalda y yo- haremos el recorrido interminable por el pasillo de ese bar en el que nunca estoy porque siempre estás: llegaremos naturalmente hasta la barra, pediremos un whisky y acabaremos de una vez por todas contigo. Cuando te sorprendamos mirándonos fijamente, Juan, una ola de satisfacción llenará por completo el vacío de tu ausencia. No te engañes, Juan, no es que nos importe... Cuando tú te fuiste te llevaste algo así como una canasta de pic nic con toda nuestra honestidad adentro. Te llevaste honestidad, dulzura, un poco de ignorancia sobre el camino natural de las cosas y hasta algo de estúpida fe en el mundo. Te llevaste, Juan, todo lo malo que nos enviciaba a mis piernas y a mí. Dejaste solo la malicia y la gracia, y dos piernas largas, que llegan casi hasta el cuello, y que hoy te sacarán los ojos asomando impúdicas por fuera de la minifalda. Entonces Juan, no recordarás que en tu casa hay una canasta de pic nic con mi dejadez adentro. Te odiarás porque ahora soy menos buena y más interesante, y porque la chica que dejaste hace años para buscar a otra que se pareciera más a la que ahora soy, ya no existe. Entonces valdrá la pena el frío de la calle, Juan. El whisky barato de tu bar de moda. Los botines negros apretándome los dedos. El silencio con el que me quedé mirándote partir. Y tus dos ojos negros rodando por el piso, tan inteligente tú siempre, Juan. Tan un paso adelante tú siempre, Juan. Tan mejor-que-yo, Juan. Tan tanto-para-mí, Juan. Valdrá la pena haber tenido que recuperar fuerzas para esta pasarela en la que leve, alta, delgada, cubierta apenas por una minifalda, observaré de reojo tus movimientos torpes y tu cara de perdedor eximio, que se equivocó solo una vez y para siempre.