Traído a colación por
Juan Carlos Olivas
Rolando Merayo
Trae a colación a
Rolando Merayo
Juan Carlos Olivas
Vida y milagros
Nació en Turrialba el 28 de abril de 1989. Actualmente es estudiante de la Universidad de Costa Rica. Ha sido cofundador del Grupo Literario Los Despiertos, en Turrialba. Ha publicado en distintas revistas nacionales. Además, mensualmente publica en la revista Lectores en Turrialba. Actualmente trabaja en su libro de poesía que se encuentra todavía sin nombre.
Armando dixit
"Esa niñita bipolar vestida de alma: poesía."
Poemas
GALERÍA DE ESPEJOS DE UN AMANECER
“Mucho antes de anochecer entra en tu casa quien con lo oscuro el saludo cruzó. Mucho antes de amanecer despierta…”
Paul Celan
Esto es uno a uno.
La catástrofe del poema.
Uno a uno, van llenando tu mirada, uno a uno.
Escuchando la luz dudosa que se baraja por la sombra.
Alrededor tuyo todo crece,
y cada piedra es una imagen de la ruina.
Pero tú rostro cubierto por la hierba,
no deja ver una de esas piedras.
Esto es uno a uno.
La puerta sellada que pasa por nosotros,
como el temblor que puebla por esta página su herida
que no cabe ni en toda la herida de tu cuerpo.
Esto es uno a uno.
Porque cada piedra es una imagen del mundo
y tu rostro oculta una de esas piedras.
En fin, esto es uno a uno.
Y uno a uno, van llenando tu sombra, uno a uno.
Alrededor tuyo todo crece.
Huésped que cruza la noche,
nadie te dijo: entra, hay un gran concierto
de segundos tardíos saliendo de las camas,
y es muy tarde, pero aún te esperan.
Esto es uno a uno, la tardanza
que desespera peinándose en los ojos.
Uno a uno también es no saber volver de los espejos,
cuando la lluvia esta cayendo
y no nos invita a pasar a guarecernos,
solo pasa por nosotros.
La lluvia es un filósofo humanista y esquivo,
que imparte clases de Dialéctica musical
y miente mucho.
Pero no tienes la culpa figurita de ti,
Sísifo de luz, última inocencia,
porque esto es uno a uno como la vida.
Desde afuera, alguien mira el galope
de los cascos posmodernos de los automóviles,
uno a uno, porque esto es uno a uno,
como esos vals que se pierden en tu sombra
y uno a uno desaparecen, sin saber quién los toca.
Adiós a los espejos bastardos.
Iniciación, principio umbral,
así amanece el día Paul Celan.
16 de noviembre
AMOR DE CONTENERLO TODO
Cómo vaciarme el espejo, esta noche,
substancia de instantes sobre mí,
todo la eternidad es una lluvia metafórica de la muerte,
que deseo vaciarla también aquí,
oscurecer el cuerpo,
hasta que cese mi rayo hasta encoger la tormenta en la palabra soledad,
oscurecer el poema,
y que suene la trompeta que teje una venda entre el abismo de leche de las palabras
y anuncia con su nombre la llegada de la amorosa totalidad,
luego el silencio roto de la luz y que las ruinas sean en mí.
Pues me vacío los ojos,
haciendo saltar las marionetas de la inocencia,
lo que no sé de mí, quiero vaciármelo encima, todo,
el teatro de la mirada, acercar entre calaveras de flores
el abucheo de hierba, y comenzar a deshabitar
todas las butacas que ocupo en mi dolor,
sentir esas parejas y solitarios salir de mis ojos y dispersarse con un secreto de muerte,
o un asesino pequeño como un rompecabezas que guardan en la pintura de aire de la vida.
Cómo me vacio todos los libros que he leído,
yo deseo escribir los personajes de la muerte
y el fin de todos los cuentos, amor de la totalidad,
vaciarme este ardor del suelo sobre el cráneo de las palomas interiores.
Que me lluevan todos los años ahora mismo,
amanecer el cuerpo,
y ahora mismo quiero escribir todos los oscuros poemas
concentrar las palabras en un solo abismo,
amanecer el poema,
y decirles salten, salten a mí,
como el hacha que corta las palabras que dan sombra
al eclipse de hojarascas de invierno
que ya es oscuro hueso y no me deja contemplarlo.
Cómo vaciarme esta sombra cuando en este cajón soleado
un pájaro-río golpea la cerradura del parpado,
y aún no consigo dejar salir: el paisaje de un ciego que he aguardado profundo en mi pensamiento,
su grajo furioso que con tanta luz golpea, y golpea.
Quiero que lo suelten aquí cuando pase la noche, pero vacíenlo en mí,
porque ahora quiero escribir la sucesiva noche del amor
en la intimidad de las llavescelesteoscuras del porvenir.
Ahora vengan años míos, cerraduras mojadas, esta oración les pertenece,
ahora mismo quiero vaciármelos,
oscurecer el álamo infantil,
y sobre mí, soy un desierto y estoy cactuoso de amor,
vengan años míos hiéranse ahora mismo, quiero vaciármelos,
oscurecer el incendio, ahora mismo y no mañana.
Pero como vaciarme este reloj,
y contenerlo todo y casi todo, estos dormidos álamos de segundo
que reposan una muerte en la cesta del mar,
y despiertan sin corazón y sin sombra al otro lado del viento.
Porque mientras alado se posa el mundo sobre mi brazo,
como otro universo que pende de esta noche de niño,
deseo que el mundo se acerque a las islas que resbalan de mis dedos,
lo necesito como tumba,
oscurecer el poema,
porque hoy creo poseer el niño degollado del mañana,
esta sepultado aquí en este poema:….
y oscurecer el cuerpo, haciéndolo
con ese inútil amor de contenerlo todo, y nada.
Pero ya tarde, no quiero escribir ningún verso,
(y sino que este sea el testimonio de mi mentira)
donde pueda verlo sin vida,
entre el cráneo alumbrado de las palomas.
(Pues somos lanzados a los corazones de abismo, a los cofres inmensos donde hemos caído buscando la vida o algo parecido a su cuerpo).
Ahora le entrego, tan solo este amor de contenerlo todo,
y lo repito no escribiré ningún poema (que me recuerde)
ese niño de fondo sobre la piedra, revoloteando en las palabras.
Lo traigo, y lo vacío en mí, por toda la vida, por toda la muerte:
El cráneo alumbrado de las gaviotas.
09 de Diciembre de 2008
PUERTO Y REFUGIO
“…señor, que la muerte misma llega a desearse como un puerto y refugio en que se dé fin a vida tan miserable y trabajosa. No sé si diga que por la aversión que Dios nos tiene nos da una píldora venenosa dorada con esa dulzura que nos pone en las cosas del mundo.”
Heródoto
I
Esta mañana,
he visto el mar caer por mi ventana.
Y la distancia de los naufragios que se acorta.
¿Qué me separa del viento del mediodía?
Si yo soy ese día nublado en la palabra.
Acaso, esta mañana fue ayer al despertar,
cuando al final de las sábanas quise un puerto,
y al lado de mi cama algún sol de madera que ardiera inofensivo.
Hoy no he querido ver las olas, nada,
no he querido ver las calles de torrente
y las casas sostenidas tan solo por su orden de tristeza,
no he querido ver al hombre que golpea sus ventanas.
Oh señor, que el infortunio tiene cuerpo de hombre,
camina, toma los lápices mojados del escritorio
y escribe, o cree dibujar que es lo mismo, un horizonte.
Pero estoy cavando en este barco,
ya que no me advirtieron de herir a los barcos,
ni tampoco por la muerte me advirtieron de la vida
ni por la infancia me advirtieron de los años- es algo que les reclamo.
Yo solo tengo que romper los instantes,
cavar y cavar el aire, hasta saber de las heridas.
Que el agua apuñala a lo que esta sobre ella,
y si alguien llega a crear un huequito allí en el barco
ella no te deja de salpicar los libros nunca más,
la juventud que va flotando bajo mis labios
en media habitación perdida, los álamos
que se guardan en un cajón, y se sacan
tan solo cuando es verano y no hay sombra.
Porque debemos de hurgar las hojas del mar,
dejar de contener las aguas de un libro,
dejar de remar en mis ojos, ir ni regresar
del tiempo por instantes que son todas las heridas,
y saber muy poco de esos restos que están aguardando,
a que el barco se rompa y la sombra de la infancia
salte, hacia el puerto y refugio divisado esta mañana,
de ventana de mar y ningún cielo.
Porque debemos de hurgar en todas las hojas del mar,
para acaso, tan solo saber de la vida,
este silencio de los árboles que acaba.
II
El barquito, esta contenido en el agua de los libros, ahí lo he visto. Quién lo visita dice que es eterno, que se lava el rostro con palabras. Y mira sobre sí a otro barco deformado que parece llevar el puerto, al fin, hasta el fondo de su pasillo, donde sus pasajeros esperan, al señor de los ahogados. Y se cierren por fin sus habitaciones. Y llega por fin su último pasajero. Y por fin, el puerto entierra a las gaviotas, y deja caer sus alas en el corcel que salta de la lluvia, por fin el barquito ya no espera, como el ancla del destino, ya no espera la lluvia ni la vida.
III
(A todos los rostros divisados en un hospital.)
Me acerco –señor, puedo sentarme-
es esa calma de la derrota que me aqueja.
Los rostros divisados entre las soledades
sembradas en otras soledades extinguidas.
Ya todos son restos a esta hora,
los guijarros del reloj niño eran una farsa,
los objetos de la mesa siempre han parecido distancias
que adoptaron formas de recuerdos- dolorosas metáforas humanas.
Ya todos son restos, el desorden de las sombras.
Señor, cuántos mendigan
en los barcos de una habitación, cuántos.
Y parece que las voces se ignoran, se gritan
su silencio, deseando llegar a tierra,
como un acercamiento de puertos,
aunque sea tan solo yo, el que grito oscuridades.
Aquel es inocente, aquel que aún guarda al mediodía,
su parte de alba su parte de noche en cada ojo
y sabe que aún no ha visto nada. Cada vez
tiene más restos en las playas de su cama,
cintas de noche para sostener el sueño,
pañuelos arenosos donde en sus pliegues
una mujer se contiene y las lágrimas se interroga.
Ya todos son restos, el desorden familiar de la tristeza.
Todos llegan un día diferente, pero en el misma
garua del nacimiento se reúnen a sorber del hombre-de la vida,
a mover las nubes del café que cae sobre el mundo.
Y ya todo guarece. ¡ Parece poco el dolor!.
Pero el hilo sigue atado a mí tacto. La azúcar es un paisaje
de la nada sobre los labios y parece poco el dolor.
Me acerco, todos son restos. Felicidades que se odian.
Señor cuántos mendigan, en los barcos de un hospital,
no me lo digas, yo lo sé, en sus rostros vi ese puerto,
allí estaban todos mis restos, mis amigos, mis padres,
y los restos de esa señora donde me miraba
uniendo sus escasos momentos, sus pocas alegrías,
aquel amor de tardes, sus hijos acaso,
sus pocos amigos, su arquetipo de Dios.
Allí me vi obligado a levantar mis restos, ay
los guijarros del reloj niño, los mapas,
las soledades desperdigadas en otras soledades,
el destello de una enfermedad curada bajo el dolor.
Ya todos son restos, el desorden familiar de la tristeza.
Y parece poco el dolor. Y me han enseñado a sufrir poco.
Señor, cuántos mendigan, en el mismo barco del mundo,
trapean ese piso que llaman vida. Trabajan los instantes,
fijan la forma, y destruyen el aire. Cuántos pasillos,
y calles hay dentro de un grito, cuántos amigos dentro
de esas ciudades atraviesan los pasillos y esas plazas.
Pero aún así parece poco el dolor. Aún así es poco.
Y cada objeto de la mesa es un resto de mi tacto,
de tantas otras muertes del hombre. Y me acerco,
cada poco es más, es más poco, y sigo acercándome,
señor en otros tantos cuerpos,
o simplemente en esta habitación sin ningún barco,
pero entonces porque miro puertos, siempre el mismo,
si nadie tiene boletos y todos se lanzan de él -ti-
a nadar sobre mi pecho que parece un hospital que se cierra
aunque hay alguien con un dolor de lunas
y alguien siempre toca las olas bajo la luz que entra.
Pero porqué mire barcos si todos nadaban,
y el lugar señalado se podía ver en sus ojos
y no en los mapas. Ya todos son restos.
¡Y sigue pareciendo poco el dolor!
En tantos lugares me he visto obligado a levantarlos,
me acerco, el puerto esta siempre en un ojo que queda,
y no hay boletos para el barco, y tengo que decirlo
yo lo invente todo incluso hasta los que mendigan,
los que roban, hasta el exiliado de las calles,
también invente que cruce mis recuerdos con ella,
ay, mis restos con los suyos, - no sé si también lo invente-
pero allí había un puerto, señor, pero acaso un refugio.
IV
La madera, tiene el rostro de un refugio, pero por su condición parece el árbol más triste. Tampoco es un refugio. Son tus brazos, por su calor es lo más cercano a un café, pero tienen la condición de quemar otros brazos y quemar todo lo demás, incluso la madera. Tampoco es un refugio. Pero digamos que son todos los anteriores, y los otros: aunque sea la última inocencia el refugio que nos queda, la madera, el café, o nosotros.
V
No sé qué es la dulzura.
No sé qué es el veneno.
Y si esa es la condición del mundo.
No sé si fue por la tristeza,
o por la dorada cualidad de la sombra,
que al abrir mi vida en cualquier periódico
es tan difícil no temer a la dulzura o al veneno.
Es esa la condición del mundo.
Son difíciles los reversos,
el reverso de los ángeles.
No sé si es el dolor el que me acerca a ellos,
no sé si es lo poco que queda de un rayo en el florero,
o ese rompecabezas de los recuerdos.
Son tan difíciles los desordenes de la lluvia,
la sombrilla que seguir desde una ventana
donde por las mañanas se ve el mar caer,
encontrar las soluciones de la soledad.
No sé si es la búsqueda culpable la que me acerca a ti,
no sé si es lo poco que encuentro de los pétalos
o esa huella que los deshace lo que me demora.
No sé qué es la dulzura.
No sé qué es el veneno.
Es esa la condición del mundo, ignorarlo.
Y también esta cualidad de querer algún refugio
o tan solo un puerto donde emborracharse
y ver el adorno que se cae de otras mesa,
y es arrastrado al puerto o al refugio.
Hoy tan solo la tristeza, el dolor, los recuerdos,
esa es la condición del mundo, y mi decisión,
porque aunque haya llovido toda una semana
y Turrialba ya no se merezca ningún árbol,
hoy para mí el verano esta sobre una hoja.
Esa hoja, donde solo florece el agua que esta quemada.
Y esa es la condición del mundo.
22 y 23 de Noviembre