KARLA STERLOFF


Traída a colación por
Silvia Piranesi


Trae a colación a
Jaime Gamboa
Juan Quirós
Carlos Álvarez
Laura Fuentes Belgrave
Rodolfo Dada
Luis Chaves


Vida y milagros
Karla Sterloff nació en 1975 en San José, Costa Rica. Estudió Psicología y Ciencias de la Educación. Actualmente vive en Cartago y trabaja en varios proyectos relacionados con el área de educación y psicología social. Escribe cuento, poesía y artículos para diversas revistas. Participó en la antología de cuento Bajo el techo de la lluvia, compilada por Guillermo Fernández. Su cuento Ex Votos obtuvo recientemente el primer lugar del Premio Centroamericano de la Asociación Costarricense de Escritoras.


Karla dixit
"¿Qué sabe la poesía de mí? (como para devolverle la pregunta)"


Poemas


ABRIL CON LLUVIA

Esta avenida es el lacónico estribillo que repite el acordeón, la humedad en los ojos frente a la ventana. Mi reflejo haciendo muecas en el otro reflejo, en el tuyo, en el que aparece con el brillo de tu ojo izquierdo cuando sonreís y pronunciás el nombre con que quisiste llamarme hoy.

De esta época me queda la costumbre de caminar con los ojos en los descansos de las ventanas, adivinar los balcones de fierro despintado, voltear el cuello en la misma esquina donde descubriste los nidos de la familia de palomas, donde dijiste una vez azul y con voz de cuerda, “se nos está muriendo San José.” Y aquí nos perdimos juntos, entre codazos y empujones sin rostro, al filo de las tres de los sábados, unidos a la corriente cansada de bolsos y sombrillas de colores. Vos preferías mojarte y nunca entendiste mi afán por la sombrilla roja que se te enredaba en el pelo, así que a zancadas huías de mí para instalarte nuevamente frente al reflejo de alguna vitrina. Yo me reía de tu estampa de ave, de tus piernas largas y de tu canción de lluvia.

Y aún hoy, puedo escuchar cómo se despiden las notas de un bolero detrás de las cortinas de metal, puedo inventar la manera en que te sacabas el pelo de los ojos, absorto en las cornisas buscando vestigios de un art déco olvidado entre rótulos de acrílico. Y yo pensaba que tenés la mirada triste como esta lluvia que empieza a mojar los adoquines de la avenida. Que hay otro San José en tus ojos acostumbrado al agua y a la altura.

Al final de Cuesta de Moras descubriste una cuña de cemento negándose a morir, fantasma de la casa café de siempre, vecina del Museo. Cada ladrillo te dolía como si lo hubieras visto caer y acariciaste el musgo con la punta de los dedos. Para entonces, yo tramaba la manera de volver a correr sin sombrilla, de salvar la casa y resucitarnos de los escombros, dejar que la lluvia me mojara para no ser una cuña más en medio de mi pequeño apocalipsis. Pero no te diste cuenta, sólo acostumbrás mirar con un ojo a la vez y la ciudad ocupaba todo.

Hoy bajo el último escalón de este bus y camino hacia el oeste siguiendo el rastro de la lluvia. Cómo dejar de pensar en que somos otros abriéndonos paso entre los pasos, escuchando los mismos boleros a cambio de la música de tres monedas al fondo del vasito de plástico, leyendo grafitis en los muros de alambres cerrados.

Los reflejos de vos siguen huyendo en busca de las palomas y sospecho que te seguís apartando el pelo de los ojos (como vos te apartás el pelo) y que seguís llorando en las mismas cornisas. Y si esto es un plagio de alguien que llora mientras canta, qué importa. No importa cuánto tiempo esté aquí escuchando “quiéreme mucho”, esperando en medio del boulevard, con la sombrilla roja en las manos frente a la fuente de la Avenida Central, intentando anegarte en el reflejo del agua donde hacen gorgoritos tus palomas.






EL ÚLTIMO CÍRCULO

Parece no tener fin
el camino vegetal
que han dejado las hormigas.
La sombra del Nancite
proyectada al borde de la acera.
Las lluvias empozadas en los zapatos
-que no son las primeras lluvias-
de este círculo acuático.
Una sola gota insiste en caer
entre el diesel regado en el asfalto
y continúa expandida
en el arcoiris narcótico de la retina,
a pesar de la sed, de la lluvia y las hormigas,
esperando un final que nunca llega
en el reflejo del último aparador.





XUL SOLAR

Cae tanta agua.
Los mirtos del patio duermen en los charcos inundados de maleza.
Soy reflejo,
el vuelo del pájaro y el graznido.
Decido no entender
por qué la luna no cabe nunca en el charco del cielo,
mientras insiste en llenarse de días.

Hay lunas
y también hay lunas.