G. A. CHAVES


(Foto: Michelle J. Wong)

Traído a colación por
Silvia Piranesi
Michelle J. Wong
Gustavo Solórzano-Alfaro


Trae a colación a
Julio Acuña
Macarena Barahona Riera
Carlos Bonilla Avendaño
Mario Camacho
Marco Antonio Castro
Sila Chanto
Esteban Chinchilla
Adriano Corrales
Mariana Delgado
Faustino Desinach
Juan Hernández
Mariana Lev
Silvia Piranesi
Carla Pravisani
Carlos Francisco Monge
Carlos de la Ossa
Axel Noffal Tassara
Frank Ruffino
Esteban Ureña
Michelle J. Wong
Andrea Mickus
Emilia Villegas González
Ismael Aranda
Eric Martí


Vida y milagrosNací en 1979; soy de Heredia; practico la traducción a mano armada; juego ajedrez y toco guitarra; soy un hincha frenético del punto y coma; he publicado: Cuentos etcétera (EUNED, 2004) y Vida ajena (EUNED, 2010); he editado la poesía selecta de Carlos de la Ossa; he traducido una antología de Robinson Jeffers; mi mamá, orgullosísima; además, administro una pulpería simbolista: cafeverlaine.blogspot.com


G. A. dixit
"¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!, habiendo tantas flores nativas cuya exportación a la Unión Europea también goza de exoneración arancelaria? Fijaos más bien en las apacibles chinitas junto a la tapia—miradlas con cuidado: ellas son vuestros poemas; y vosotros sois los chanchitos que con nada se revientan, llenos de semillitas, vacíos de aroma. O, si aún preferís la rosa, cantad entonces a la desatendida abnegación del jarrón y la mesa que la sostienen. La poesía no es el angélico lustre del queque; la poesía es saber batir los huevos y medir muy bien el azúcar."


Poemas


VILLANELA
Mis poemas se han vuelto pensativos;
hay algo lento en ellos, no hay firmeza;
siempre acaban en puntos suspensivos…

Rechazan ciertos temas obsesivos
como yo, mi reflejo y mi tristeza,
y aún así yo los noto pensativos…

A menudo parecen decididos
a explotar en verdades y promesas
pero acaban en puntos suspensivos…

Mis poemas son viejos descreídos
a prueba de fervor y sutilezas
que se miran el rostro, pensativos…

Mis poemas son seres precavidos:
mencionan poco a Dios—y a la Belleza
la despachan con puntos suspensivos…

Por temor a esos vuelos compulsivos
donde antes se estrellaban la cabeza
mis poemas se han vuelto pensativos:
siempre acaban en puntos suspensivos…






UN PLANO DE RUINAS


*
Con letargo alguien mira hacia el Oeste
y no ve más que las fachadas de costumbre.
Por donde la calle termina
sucede, de repente,
el milagro rutinario de un avión que aspira al cielo.
Por esta calle, tarde a tarde viaja el crepúsculo,
y se ven las casas sosteniéndose entre ellas
como tercas ancianas callejeando.


*
Sin embargo, aquí es el Sur. Las vías
inyectadas de indigentes,
la arquitectura torcida
de una estación de tren sin uso,
los pasos en falso de los niños pobres
y cierta mugre sedentaria en las uñas.
Aquí es el Sur y no porque sea miserable;
no es el Sur porque los perros ladren
por miedo, más que por costumbre.
Cualquier punto en un mapa puede ser el Sur
siempre y cuando tenga flechas que señalen
hacia atrás.


*
Y este es el Este: el polvazal que hace de plaza
y un higuerón tatuado de iniciales y fechas.
Por ahí un precoz edificio invade
la vecindad antes tan amena.
El Este poco a poco inhibe
aquellos corredores donde conversaba la gente
y donde se espiaba a los novios besándose
(otro vicio infantil, como la leche).
Estacas de bambú y clavos vertidos por el suelo
ya no sostienen a esa infancia que diseñaba
juegos y escondites, huidas por un pírrico río Pirro
con meandros ahora oscuros, prohibidos.
De este celeste rumbo
donde silbábamos los días
sólo queda un humo de ayeres
que arde en la mirada como lágrimas—
o como minutos que se fuman por los ojos
contra un tiempo que sopla,
celeste y mudo.


*
—Bienvenido a Amberes…
Dank U Well, señor Gijsen.
Le estuve leyendo la otra noche, precisamente,
y veo que usted también amó su casa,
La Casa, Het Huis, ¿cuál otra?
Como a usted, me duelen las cosas idas
y algunas gentes me dan lo mismo.
A veces yo tampoco distingo
entre el mundo y un atado de ropas
colgadas en un día sin viento.
No se sienta mal. Yo también
olvido a veces
para qué tengo estas manos.
¡Qué pendejo-burgués este vicio de añorar!,
¿no le parece, mijnheer Gijsen? Qué poco consistente
con los tiempos del mundo. Deberíamos
estarle escribiendo al Fin de la Historia.
Pero tiene usted razón: no es añoranza
sino la simple orfandad de haber crecido
y comprobar que lo mismo al Norte que al Cielo
le somos indiferentes;
que vivimos a tientas, a veces cegados
con la vaga intuición de una vida ajena.

Hay una sola calle que es nuestra, señor Gijsen:
más allá los caminos se andan solos
y apenas las tardes a las tardes se parecen.





PEQUEÑO AULLIDO A QUIEN SE LO PLANTE

Para F. P.

Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por el exceso de ofertas laborales para profesionales bilingües, gordos, casados y desnudos de ideas,

mentes que se pasaban una noche entera escuchando a Sabina y brindando por el fin del régimen del grass-crecer y despertaban desesperados al día siguiente sintiéndose más adultos, más dueños de sí mismos, más dispuestos a pasar a otra música, a secarse los ojos.

Y he sentido en carne propia la desgracia de haber tenido que abandonar esos sueños para dar paso a la ausencia de sueños y jubilar un día a las noches con la clara noción de que para ser adultos hay que dejar de ser amigos.

Y vi que para que algo acabe, alguna especie de muerte es necesaria. Y vi entonces una fuente amarilla con unos perros bebiendo en ella, y a unos mendigos que se bañaban en el frío mientras los demás iban a reasumir sus puestos.

(De: Vida ajena, EUNED, 2010)