ALEXÁNDER OBANDO


Traído a colación por
Luis Chaves
Esteban Ureña
Guillermo Acuña
Juan Hernández
Esteban Ramírez
Gustavo Solórzano-Alfaro


Trae a colación a
Mauricio Molina
Luis Chaves
Esteban Ureña
Felipe Granados
Alfredo Trejos
Daniel Quirós-Cruz


Vida y milagrosBarrio de los travesties, San José, 1958. Cartero, oficial de reservaciones, teletipista, niñero, encargado de cobros, jefe de personal, traductor, asistente de gerencia, maestro de escuela y profesor de colegio, facilitador en cursos de EFL (Inglés como lengua extranjera), profesor de inglés de supervivencia y profesor de gramática y conversación inglesa. Mientras todo esto ocurría, también escritor.


Álex dixit
"Huidobro, Neruda, Ginsberg, Saint-John Perse, Char, Pound, Eliot, Sorescu, Enzensberger, O’Hara, Ferlinghetti, Olsen, W.C. Williams, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Herrera y Reisig, Gonzalo Rojas, Lihn, Orozco, Sexton, Plath, Cisneros, José Carlos Becerra, Auden, Pasos, Vilariño, Gerbasi, Huerta, Parra, Coronel Urtecho, Saba, Pavese, Jaime Sabines, Cardenal, Blake, Crane, Dickinson, Hughs, Wordsworth, Longfellow, Robert Lowell, Poe, Sandburg, Dylan Thomas, Whitman, Pizarnik, Fernández Retamar, Gelman, Padilla, Cobo Borda, Zurita, Robert Duncan, Kenneth Koch, Lew Welch, Ashbery, Corso, Vallejo, Jacques Prevert, Kavafis, Seifert, et al. (los autores no aparecen en ningún orden particular)."


Poemas


DUCHA Y ADIÓS

(Para Yehudi Ramírez)

La brisa entra por esta ventana.
Sobre la mesa
el trago de ron
que no pudiste acabar
mientras decís,
                            apresuradamente,
que debés trabajar el turno de las ocho.
Me he pasado la tarde
pensando en tu espalda como
en la cuenca más llena de atunes,
porque siempre me han gustado
las bocas azules que saltan y muerden
a la menor insinuación del tacto.
Me ha gustado siempre
el intenso oleaje
que producen tus piernas  /  en la bañera.
La brisa entra por la ventana
y son ya casi las siete y cuarto.
Me decís que te vas a bañar
                                         y a vestir.
Pienso que debo acompañarte
por deber o por costumbre,
pero te vas al baño
y yo aun no me levanto de la cama.
El agua suena como venida desde
adentro de nosotros
y pienso que deben ser
esos peces que te cubren el cuerpo
cuando te salta el agua encima.
La llave da vuelta con un chirrido
y ya no se oye más el
eco subterráneo en la bañera.
(Si acaso,
una gota o dos
                            desde el tobillo,
por el aire,
hasta la tina).
Te vestís adentro  /  y al salir,
ya precipitadamente,
decís adiós con un gesto
de la mano.
Veo que llevás el pelo casi seco.
Antes,
solías llegar tarde.





DURMIENDO CON ELLOS
(Sobre textos de Kenneth Koch y Robert Frost)

(Para Rodolfo Álvarez)

San José:
un sitio,
una ciudad de tentáculos perdidos.
Los zancudos de mayo
revolotean en el calor de la noche.
Hay perros que ladran:
abren el hocico para tragar
entre dientes amarillos y roja lengua
un bocado de aire y humedad.
Pero en mi casa, siempre,
se duerme con ellos.
Algunos lagartos
no cierran las fauces
por temor al olvido y las piedras.
Las almohadas de la luna ya
descienden:
alguna estrella se consume
y envía fragmentos
que debieron quedarse en Aries;
pero en casa, y tras
la lluvia de aerolitos,
quedamos durmiendo con ellos.
                Tal vez yo me sienta uno asociado con la noche.
                He abierto muchas puertas
                para ahogarme luego entre callejones de ciudad.


Por eso,
siempre con ellos:
con los muslos
y miembros exangües como
disfraces de un viejo ropero.
En el pequeño cuarto de la tarde o
mientras en Santiago de Cuba llueva;
mientras las calles frías
alberguen un desafinado amante de Caruso,
nosotros con ellos.
Para cuando aparezca otro afarensis
y las vigas del Maracaná envejezcan de cerveza;
mientras la lluvia de dientes fertilice el desierto,
yo en la playa o en el cine...
durmiendo con ellos.
                Tal vez yo soy uno mismo con la noche.
                He ido por ahí abriendo puertas olvidadas

                cuyos habitantes carecen de nombre.


Y luego,
durmiendo con ellos en los aviones y los trenes;
bajando el Golfo con las manos en la arena
o los pies al quicio de un zigurat.
Levantando el turbante o los anteojos
para distinguir al amigo o enemigo.
Sacando muelas o
dando clases en el Carmen de Parrita.
Haciendo la paz y la guerra en Peñas Blancas
o siguiendo el buque fantasma del Lago.
Porque en San Juan del Norte
los senos y los muslos
se abren a la noche como esporas,
y nosotros, a pesar de la guerra,
dormimos con ellos.
Recordando a Lorca o Rimbaud en patineta.
El pelo lacio y los ojos tristes cuando un poema
en la cocina
se le llenaba de cerveza,
cuando una fulana destrozaba sus sueños
con un NO firme y abundante,
y sin embargo,
dormía con ellos.
                Yo he sido uno mismo con la noche.
                Abro millones de puertas oscuras
                y las cierro ante ojos aterrados.


Por eso un hotel en Nebraska
y otro en San José.
Bajando del tren al perro del guardián
para hacer el amor en el cabús,
y siempre,
durmiendo con ellos.
En San Salvador o Atenas,
sin murallas,
sobre un libro de García Márquez
y a la luz de una candela;
acariciando sus flancos
                mientras el fantasma
nos mira desde la puerta,
―y a pesar del miedo―
durmiendo con ellos.
Tocar esos labios húmedos
apenas dibujados por la ventana.
Negar la importancia de T. S. Eliot
y rasgar una guitarra en los balcones del frío.
                Porque siempre he sido uno mismo con la noche.
                Salgo bajo la lluvia y regreso bajo la lluvia.
                Mi casa
                está llena de ídolos muertos.

Tengo por tanto al loco de mi amigo
entre los brazos,
succiono los morenos pezones
y duermo con ellos,
siempre con ellos.
Pavarotti en el Lincoln
y nosotros imitando a Verdi y Puccini;
porque San José
no tiene sentido
si no duermo con ellos;
con Sosa de Honduras
y la uruguaya de Tibás.
Abrazar con el calor de
mi mano sus hombros húmedos,
transgredir su pubis
siempre con ellos.
                Porque yo soy uno mismo con la noche.
                Y un grito desde lejos atraviesa las calles,
                pero no para saludarme o decir adiós.

Duermo con todos en las noches de verano
y en las tardes colegiales.
Una taza de leche
y un bollo de pan para el domingo de Pascua.
Decirle detrás de la oreja
que no tenga miedo,
que a todos les pasa durmiendo con ellos.
Por entre ruinas;
sobre las grúas del transporte;
en los baños de los hoteluchos y
bajo las narices de sus tíos,
durmiendo con ellos.
Sin la clara luz de una luna en Málaga.
Sin el ronroneo de las palmeras de Limón
pero durmiendo con ellos.
Porque
San José
es la ciudad;
a veces,
a veces el momento;
y yo,
                mirando el viejo reloj
                desde esta ventana,
sé que siempre seré uno
asociado con la noche.





VIVIR SOLO
“El supremo hastío, aquel al que la propia
muerte rehúsa su último humo, se retira
disfrazado de señor”.
— René Char —
(Para Rodolfo Álvarez y para Manfred Werther)

Eso que llamamos vivir solo
es transitar en un silencioso dirigible
por las ventosas noches de esta ciudad.
Es no tener quien se ventile con tus cartas
esperando impaciente
a que llegués para abrirlas.
Vivir solo es llamar a Manfred
o a Rodolfo
para ofrecerles una noche de juerga
a costas tuyas,
pero sonriente, acompañado,
feliz de ver una mesa servida para dos.
Vivir solo es comer en restaurantes
cuando tenés plata,
y distraerte haciendo la comida
cuando no tenés plata.
Es tratar de convencer a las amigas
de que aún es muy temprano
                                para tomar el bus,
y llegar a la torpeza de mentirles
                                respecto a la hora.
Es mordisquear los hombros
de todos tus amigos y amantes
para delimitar el terreno de tu ternura
y para decir hasta aquí, o a veces,
                                a partir de aquí.
Vivir solo
es no masturbarse de puro cansancio
                                de masturbarse.
Es encender la tele para oír bulla
y creer ingenuamente
que te están llamando;
sin embargo, este autoengaño
jamás te da resultado.
Terminás pagando más en insomnio
y al final de cuentas
te volvés a encontrar a oscuras.
Vivir solo
es añorar durante nueve meses las vacaciones
para luego no tener con quien compartirlas.
Alguien ya se ha ido para la playa
y otros se irán con sus otros amigos.
Vos solo sos el alter ego urbano,
aquél con quien se comparte una que otra
noche de bohemia libresca;
pero los amigos, la verdadera diversión,
no es miope ni tampoco
se la pasa hablando de Tomasso Albinoni.
Vivir solo es pues,
pasarse las noches
miserablemente agarrado a las barras
de este zepelín silencioso,
esperando distinguir algún conocido
entre esa masa que ya no se acuerda
de vos.
Que te desnombra
desde que vos olvidaste
los ojos de aquella única hembra
que alguna vez te vio con ternura.
Vivir solo es,
a fin de cuentas,
el trauma
de haberla perdido.

(Textos pertenecientes al poemario Ángeles para suicidas, de próxima aparición con la Editorial Arboleda.)