JOSÉ PABLO MEDRANO


Traído a colación por
Luis Antonio Bedoya


Trae a colación a
Luis Antonio Bedoya
Juan Carlos Olivas


Vida y milagros
Filólogo clasicista e histrión ocasional, nacido en San José en el año 1989. Joven poeta de lira sonora y preciosista. Ha escrito la obra de tintes paganos Nardo de Tarsos y metopión de Aigyptos, donde confluye la poesía con la prosa poética, así como la colección de poemas Monte Ábora y otros poemas. Su vagar por la narrativa ha dejado Las ninfas de la rosa, única novela del autor. Permanece inédito en su entereza. Publica esporádicamente en su blog delicuescencias.blogspot.com.


Medrano dixit
"Como dice Wittgenstein: “Para no hacer el ridículo, sólo hay que escribir lo que surge en forma de escritura.” Nada hay de prosaico en su literatura, nada de superfluo ni decorativo. Decadentista de los últimos vagones."


Poemas


De: LA HOGUERA DE SARDANÁPALO

I
En el trono argentino flameaba una pira,
los eunucos danzaban y los nardos ardían;
en lasciva voluta, en hedónica espira
catamitas bailaban, meretrices reían.

Sobre pórfido negro el altar se encendía
odorífero azahar, la ponzoña y el hado
era gálbano astral, era hedor de agonía
los aromas del fuego, los incendios del prado.

La muralla implacable, el regalo de Nino,
el Éufrates cubría con húmida librea
y las naves de Arbaces agitaban el lino.

Y el rey –¡mísero sino!- se reclina funesto,
en su solio brilloso, de orifrés encarnado,
mira el fuego de bronce, a la luna dispuesto.

II
Hacia el alba fogosa el califa miraba
los arpegios ruinosos, la batalla lejana;
tras el oro y la plata el crisólito ornaba
como nimbo cetrino en su testa sultana.

Ecbatana y Arabia, Babilonia y la Persia
conjuraba Belesis a la estela imperiosa,
el caldeo sombrío ya presagios comercia
de jerife escarlata, de princesa agoniosa.

El dosel de arabía y de Media el tesoro
era lecho de reyes y temblor de agonía,
al tropel de la corte que lloraba canoro.

Rosicler era el fuego, cual fatal bayadera,
que pendía el palacio de las llamas sonoro,
el vergel de la muerte, el rubor de la hoguera.

III
¡Oh, contempla la pira, raro príncipe oculto!
amplia púrpura al vuelo de fatigado anhelo,
el imperio descansa, en la tierra sepulto
y la reina sombría deja caer el velo.

El ardor de una flama las guirnaldas deshoja;
sueña entonces el oro, delicada princesa,
tornasoles y lirios que la seda le arroja,
a tapices suntuosos su memoria regresa.

Virginales candores de fatal fantasía,
mancebas delicadas, amantes alevosas,
el perfume más bello exhala su agonía.

Sueña el rey vulnerado en las salas fastuosas,
en los lúbricos días de vivaz cacería,
de nardos y de rosas, de manos voluptuosas.





BALADA EN DANZA DE AGONÍA

A una niña española.

Era noche y paganía,
y la bella ya danzaba
con frenética alegría,
y su seno ya acercaba
bajo tules de arabía,
y mi sueño la adoraba,
era noche y paganía.

Y su seno ya alejaba
en distante lejanía,
que mi boca ya colmaba
de cera en la bujía,
danzaba la bella esclava
en la vasta galería,
y su seno ya alejaba.

A mi triste pedrería,
esa loca y rauda octava,
esa lúbrica poesía,
ya desnuda la danzaba,
ya mi espada poseía
y pletórica mi aljaba
era triste pedrería.

En cortés danza giraba,
cortesana de ardentía;
como corza de la algaba
cuán ligera se movía,
como luna que abrazaba
en el día su agonía
en cortés danza giraba.

Era noche y paganía,
y la luna ya lloraba
en el alba que moría,
y su seno ya alejaba
de mi triste fantasía,
pues la bella no danzaba
y era noche y paganía.


Serenata

¡Rojas flores de portento!
En el aire tembloroso,
estremece el suave viento
su magnífico reposo.
Muestra ahora tu semblante,
luna áurea de estío,
en tu seno de adamante
llama presto al amor mío.

¡Oh, la veo aproximarse!
Mi sonoro caramillo
ya vivaz su aroma esparce,
al compás de vuestro brillo.
¡Oh, aparece su contorno!
¡Escuchó mi melodía,
este pobre y breve adorno,
esta música tardía!

¿Amará mi leve ofrenda,
más que joyas y esmeraldas,
más que el ámbar de su prenda
amará mis flores gualdas?
¿Y hallará mi canción leda,
y mi límpido homenaje
más hermoso que la seda,
más ligero que el carruaje?

¡Se reclina en su balcón,
como leve golondrina!
Y sonríe a mi canción
en la noche nacarina.
¡Este fúlgido lucero
a mi rostro palidece,
oh, Belleza que venero,
ya mi pecho desfallece!


(Poemas de: Nardo de Tarsos y Metopión de Aigyptos)