FRANK RUFFINO


Traído a colación por
G. A. Chaves


Trae a colación a
Marco Tulio Mena
Efraín Méndez
Alberto Fonseca Herrera
Jesús Aparicio González
Daniel Quirós-Cruz


Vida y milagros
Nací en San José CR el 16 de abril de 1965. Mis padres son españoles. Poseo dos nacionalidades. Radico en Tilarán y Heredia. No creo en la vulgar institución del matrimonio (casi no creo en nada). Tengo cuatro hijos varones, el mayor de 24 años y el menor de seis meses, todos con distinta mujer: vine a este mundo simplemente a multiplicarme. El periodismo mantiene precariamente mi particular estilo de vida y mi poesía, aunque no me gusta esa profesión. Un día del 2002 cometí el error de publicar Diablos Alucinados, un año después, no conforme ni aleccionado, caí por segunda vez con Torre de vigilias y Fingida lágrima, dos poemarios que metí en un solo libro generoso (2X1). Un poco más maduro, y tres años después, Ediciones Perro Azul pierde un poco la cordura al lanzar Viaje de ausentes, que por alguna razón cósmica obtuvo el segundo lugar en el I Premio Internacional de Poesía Macedonio Palomino 2007. En pocos meses, creo, publicaré otro libro “del cual ya tengo el recuerdo”.


Frank dixit
"Aunque les suene tópico, mi poesía es nada más la punta del iceberg. Usualmente no puedo ni soy capaz de expresar emociones o pensamientos que recorren mi alma como meteoros destruyendo todo a su paso. No he logrado domesticar mi alma y lo que conocen de ella son solo berrinches poéticos. Eso sí: les prometo que algún día escribiré poesía de verdad, por ahora acepten mis montaraces versos casi siempre en estado de embriaguez profunda tanto como el hombre emisor: incoherente, ateo, desalmado, tierno hasta la hierba y el pétalo, pendenciero, autodestructivo, mujeriego con absurdos aires de Casanova (solo vean mi foto), irresponsable, cultor de Diógenes y otros adjetivos espetados por quienes no conocen a cabalidad mi persona y sus luchas internas, las más de las veces perdidas."


Poemas


DURMIENDO LA MONA

Un silencio toca mi puerta.
Abro y le pregunto qué se siente
ser callado, oscuro, sin piel,
con ese bajo perfil
que serviría a muchos
ruidosos don nadie.

Lo invito a pasar,
y rápidamente se instala
en el zaguán,
la sala, las habitaciones,
la cocina, el cuarto de lavandería;
sube por el techo
y circula las cañerías,
se mete en todos los cables,
invade adornos,
óleos y acuarelas,
levanta el teléfono
y toca el oído de quien llama
con su lengua de hielo.

Mejor no haber abierto
y continuar escuchando
a Mercedes;
el perro aullaría lobo de contento,
mas véanlo ahí,
todo petrificado en sal.

Tan callada está la casa
que empiezan a temblar las cosas.

Tratando de romper todo eso
extrañamente levito hasta el espejo
y al fin entiendo todo:
nadie hay en casa.

Y como si alguien subiera
el volumen de un transistor,
el sonido ambiente
va apareciendo,
la moza del París palmea mi hombro,
me incorporo incrédulo,
le doy un puñado de alegres
monedas de a quinientos
y a paso de soldado marchante
salgo a la calle agradeciendo
el bullicio de la tarde.




POEMITAS QUE SALVAN EL ALMA

Ruedo por la calle
sin gente y sin luz
junto a bultos de hierbas secas
y otros rastrojos.

Escalofriante es todo
a esta hora en que solo
se piensa en los muertos,
en amores perdidos
y amarguras inolvidables.

Y nadie al rescate, nadie,
solo el terrible viento
de banda sonora
irrumpe a grandes pasos
por los cuatro costados.

Asumo la muerte en mis ojos
y como temiéndomela,
por pura atracción
aparece ante ellos amenazante
y segura de una presa fácil
ya medio muerto
por tanto suspenso.

Sin tener nada para distraerla
de su frío instinto
saco ingenuamente
del jersey
un billete de lotería
con un pequeño premio
de terminación, se lo regalo.
Acerca sus cuencas
al papel sin entender
ni importarle la fortuna
y me pide un consejo.
Sin hacerle preguntas
declamo poemas incoherentes;
mueve la cabeza
afirmativamente
y sabe que puede
contar conmigo.

Fijamente en mí
sus sumideros sin fondo
desvaneciéndose,
sus brazos bajando de su cotidiano
gesto de guerrera
a posición de tregua,
el esqueleto se hace humo
y lo desaparece el viento.




ME DIERON DIOS, CIGARROS…

Me dieron dios, cigarros,
cien libros, y de sus páginas
solo extraje la duda.

Me dieron, cómo dice
mi putica barata “por donde era”.

Tantos pájaros cantan,
tanto verde.

Tanto caminar a 45°
en contra.

Un avión por caer,
una estrella que despierta
solo sospechas,
en mi solar
el remedo de cuervo
picotea los cuadrados
de mi desayuno.
La mismísima
luna de siempre.
Llena. Yo aúllo
y los cisnes no hacen eso.
La charca me mece.

Pienso lo desquiciada
que fue la madre
de Rainer María:
ponerle a un poeta
trajecitos de niña!

Devuelvo las cosas
de mi alma como dirigiendo
una orquesta: el alcohol
que resuma por mis cueros,
los pelos como aceros,
mi exótica barba manca
chorreando espuma,
hinchados ojos
de batracio etílico,
una penumbra que me nombra:
musgo, sombra, tenues
telas en mis sienes:
debí faltar hace pocos segundos,
antes que Nerón
y antes que el joven faraón
(en la larga edad del tiempo
ellos y yo tenemos las huellas
confundidas y visibles).

No deseo halagos.
Podría dormirme en los laureles.
Sentirme Baco, Dionisio…
Mas he tomado figura blanca
que pregunta en la noche.

Sacudo los árboles,
se me van las aves,
las naranjas caen,
duraznos, manzanas:
en el jardín de mi alma
no hay estaciones:
lo mismo cosecho
plátanos que fresas,
zapotes que preciosas uvas…

Es lindo nombrar frutos:
en ninguna estrella los hay,
y estos líderes de la farsa
aseguran realizar milagros,
de imponer manos
en la disminuida frente
y desmayarse los zombis
(poseen ambas partes
el espíritu de los puercos).

Hasta que algún genio
demuestre lo contrario,
tampoco en las estrellas
hay perros, amigos,
madres, libros…
Los hombres son raros
(y soy el más raro
de los raros),
todo aquí es raro
y ya por eso toda cosa es digna
de llamarse milagro
y los sueños de la noche
más esclarecedores
que el próximo día.

Padre cóndor soy:
levito a siete mil
metros buscando
los aromas,
Madre serpiente
de terciopelo soy:
a un palmo de la tierra
la penetro como
a una gran diosa,
nos hemos despedazado
tantas veces
en las escondidas veredas!

Ven ustedes esas yemas?
Es mi alma naciendo,
como los sencillos berros
en los desagües.
Ahora sólo déjenme crecer.

(Poemas inéditos)




POBRE PÁJARO

a Felipe Granados

Pobre pájaro
dejó la sangre en los cristales míos.

Fijé sobre la mancha
la figura de un gavilán
porque es la fortuna de los pájaros
no reconocer las palabras.

Pobre pájaro
en el infranqueable umbral
de mi abismo;
tal vez estaba demasiado viejo
o ebrio de libertad quería
entrar a la casa de un poeta
a ver qué se siente,
pero había sus peligros,
algo interpuesto entre él yo:
el diáfano peligro de creer en el aire.

(De: Viaje de ausentes, Ediciones Perro Azul 2006, pág. 32).

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