MARCO ANTONIO CASTRO


Traído a colación por
G. A. Chaves


Trae a colación a
Mauricio Molina
Henry López Padilla


Vida y milagros
Marco Antonio Castro Rodríguez, nace en abril de 1972, en Concepción de Alajuelita. En 1996 recibe el Quinto Lugar del “Concurso Iberoaméricano de Poesía por Internet: Ricardo Yamal”. Para 1999, es reconocido como Primer Finalista del concurso “Joven Narrativa Latinoamericana Dupont-MEET. El premio UNA PALABRA 2001 se le otorga por su obra, Relatos de un Barrio al Sur de la Noche, en la categoría de narrativa.


Marco dixit
"escribo para entender... pero no escribiría
si no hubiera entendido." -JOSÉ SARAMAGO


Poemas


NOCTURNO CON ANOTACIONES ACERCA DE LAS ESENCIAS Y LAS COSAS


Aguarda. Espera.
Suelta el apagador.


Escucha los corpúsculos de voz todavía levitando.
Su eco macilento rebotando en la testarudez de las paredes.
Arrobándose en los vértices donde se hace mugre lo que
fue palabra.


Contempla la angustia de la gota a punto de caer.
Como frunce los párpados con desespero. Como
inventa una garra para asirse con denuedo al borde
oxidado de la rota canoa. Parece escuchar un clarín
premonitorio. El ronroneo inquisidor de una guillotina
por los aires.


Evoca en tus tobillos el eclipse perpetuo que mora
bajo la mesa. Ese poroso vacío, testigo del rechinar
de cubiertos, del retozar de los caldos en las lozas
cóncavas y decoradas, que se incorpora silencioso a
la hora de la cena, como una efímera penumbra de
hambres subterráneas.


Escudriña en las leves pisadas del visitante. Las casi
ignoradas por las mechas del trapeador. Los acertijos
de retorno que no pudieron borrar las afiladas espigas
de millo. Sus dactilares evaporándose de los picaportes.
Su aguardentoso abrazo. Su baldía taza de oscuros restos.


Medita por esta vez en la atrofia tapizada de los muebles.
La pulcritud amenazada de una lavadora.
El magma transparente de la estufa.
En el diciembre ahogado del refrigerador.


Piensa en la vorágine centrífuga de la licuadora.
Concéntrate en el fluido de los electrones por los cables.
En las acuosas desbandadas a través de la tubería.
En las nómadas ondas de radio exilándose en
las antenas vigilantes; rozando cotidianamente
los ácaros impasibles de tu pellejo fronterizo.


Penetra en la inerme opacidad de las bombillas.
En la argenta frigidez del cinc desnudo. En la
tertulia sordomuda de los maceteros al caer la
lluvia. En la monocromática osamenta de los
percheros desocupados en el ropero.


Imagina lo blando del cuchillo al
incrustarse en el pan de ayer.
Y que no te sorprenda tu ignorancia.


Las cosas han mudado tantas veces de humor
y de aliño, como tú de camisa y de azahares.


Tampoco te fíes.


Ellas también fisgonean tus atávicas manías.
Tus calcados discursos. La forma de humedecer
el periódico con el café por las mañanas.


Para ellas, igual, poco importa la cantaleta de
tus labios. Lo circunspecto de tu proceder.
Las manchas de estupor en las almohadas.


Tu pasajero insomnio altera a veces su permanente
monotonía; su inerte transcurrir.
Se golpean contigo las rodillas cuando
alguien te deja tirado por el suelo.


Ya lo sabes.


Y ahora sí.
Métete en la cama con el corazón a medio abrir
y tus revistas de historietas, o de mujeres desnudas,
si es que aun las conservas. O escribe algo ligero,
con las manecillas del reloj que te regaló tu padre.
Si es que no es era de cuarzo, como el mío.


O despreocúpate como siempre.
Escupe la vela.
Clávate en el rincón.
Regálanos la espalda.


Hasta volverte quieto, mudo, sordo.


Que el ánima de las cosas vigila
tu respirar con arrogante indiferencia.


Ellas se saben, desde siempre,
eternas de una manera
que le ha sido prohibida
a tu carne.







NOCTURNO CON BRINDIS PARA IRINA

Irina acuesta sus prejuicios temprano.
Los despierta cuando queda tiempo aun de nacer.

Se mira al espejo pensando en la noche. Pronuncia
el escote; sube la falda, decapita un clavel.

Cuando observa el jaleo de otra sombra en la calle,
se queda pensando en el qué no dirán, o su ayer.

Este bar es su más sentido muestrario de cicatrices.
Recinto olvidado que el vicio convirtió en su cuartel.

Su penumbra nevada es tan personal y violenta,
como el color carmesí dibujado en sus labios de sed.

Su cerveza un jardín de cenizas humeantes, enviando
mensajes a abejas perdidas sin flor ni panal.

Más allá de su otoño, afloja un poco el sostén.
Y su boca herida en la risa, hierve puntual:

Venga un fruto prohibido y me muerda.
Venga y me libre de este insípido Edén.

Dice levantando su mesa vacía. Y ríe, canta,
llora, maldice, exhorta, predica, Irina, todo a la vez.

Nosotros, ajenos, con malicia y sin fe, brindamos también.
Es casi la sexta botella. Mi reloj se detuvo a las diez.






TU PRISA Y EL CREPÚSCULO
(Paisaje con soldado y doncella)

La jornada por concluir.
Tú, impasible en la existencia.


Camino a sus cuarteles, buscó entre cada
piedra y cada abrojo, el acorde crepuscular
para tributar así el último sacrificio.


Había llovido.
Pero una estival algarabía
palpitaba solaz, en el ambiente
de cielo embellecido.


Migas de póstuma claridad se esparcieron
por el espacio, humectando aire, grama, nubes
con un mate de sombras incandecentes..


A la columna vertebral le cayó de perlas
el respaldar mullido de los árboles.


El grito se vino calladito por las ramas. No se
escuchó la hoja que caía.


Con las manos emancipadas de sus artes
de combate, por veredas de papel, como
vendajes, se contubo el desenfado.


Iba entrelazando torneados
garabatos al descorrer fresco
del céfiro recién venido y milenario.


El falso torniquete de las palabras
quedó manchado de fiebres,
hematíes, ilusiones y leucocitos.


En eso,
a lo lejos:
un galope...


Y desde el mundo más ufano,
pasa cabalgando la doncella.


El níveo crin de su corcel va azuzado por
el viento, como tierna espora de la tarde.


No miras ni gota. Como siempre.
Vas rauda y veloz. Como un galgo.


Un eructo de rayo. Una cicatriz en el agua.


Tu imagen duró apenas lo que
un buitre en dormirse cual
mansa palomita.


Al momento, ya no estabas.


El canto volviase torvo al alejarse los ecos
del galope, entre las migas de tierra y
el anuncio de estrellas.


Ya no pudo reponerse.


Convertido en un violín, sin cuerdas, arrastrándose,
con un Vivaldi pataleando en la memoria.


Hundiéndose,
junto al viejo sol
tras la montaña.