JAIME GAMBOA


Traído a colación por
Silvia Piranesi
Karla Sterloff
Daniel Matul


Trae a colación a
Laura Solano
Héctor Gamboa


Vida y milagros
Nació en San José en 1964. Músico, letrista, comunicador, articulista, guionista y narrador. Su poesía permanece inédita, aunque parte de ella ha llegado a oídos de la gente gracias a la música compuesta por su hermano Fidel para el grupo costarricense Malpaís. Hace poco publicó su primer libro de relatos, La orquesta imposible (Ediciones Ojalá, 2009), y actualmente está recopilando los poemas que ha dejado por el camino a lo largo de unos 30 años, con el fin de publicar un volumen de versos.


Jaime dixit
"No tengo nada que declarar, señor juez."


Poemas


BAJO EL FARO

Amanecer en la Colonia del Sacramento.
Mirar el río inmóvil.
Aprender el nombre del ombú
y de los árboles sin nombre.
Hacer el recuento de las fotografías
que no hice
las veces que no estuve aquí.

Los párpados al abrirse mienten
un lugar donde podría morir.
Piedras apiladas, centenarias,
pisadas por el sol entre palomas pardas.
El aleteo de una motocicleta
se escabulle haciendo aguas.
Frente a la plaza, fachadas y tienditas,
veinte mesas, el día que zumba.
Se aproximan las horas
y su vecindad espanta.

El suelo bello y muerto,
rancia alfombra de luz y pétalos.
Y el aire que trasluce.
El grito de los que festejan que aún no es tiempo.
Lo que queda en tus ojos:
mariposas detenidas en el ámbar,
capítulos enteros de una historia natural,
tu historia, tu almanaque,
los días que pasaste intentando repetir
el sabor de las cosas, las fotografías,
los instantes.




BAJO EL FARO (2)

Alajuela debajo de la cúpula,
entre pericos que simulan el viento.

La señora avanza con su cochecito
bajo el Juan francés, certeza de acuarela barata,
perfecta como la aparición del día
en la pereza de los mangos.

Es infructuoso inventarla.
La ciudad tiene sus recuerdos
y yo los míos:
mis zapatos, la agonía
de las primeras veces, los relatos de la banca gris,
las revelaciones al reverso del rostro.

Alajuela no será jamás la que parece
y menos la que vi
cuando amaba las ciudades con trompetas,
con héroes,
la postal inmaculada.

Escribo el testimonio del que no miró
las calles que se hundían en neblinas rojas,
los aviones ciegos,
el faro que callaba y no volvía sino para alejarse,
como el aliento.
Mi parte de una ciudad que me rompió los labios
con los suyos de llano y puño,
de puñal sin mano,
donde no vi nada,
donde no fui nada, pero amé.




LÁPIDA EN EL CAMPO

Yace aquí quien en vida fuera humano,
como decir un animal creyente
despojado de rabo y cuya frente
perdió el ojo inmortal, un día lejano.

Yace quieto quien fuera el caminante,
el bípedo supremo, el camarada
que alcanzó Maratón, como si nada,
y escribió un epitafio a Rocinante.

Yace todo: memoria, cuerpo y alma,
y con él se degradan bajo tierra
su bata, su bombín, su amor, su guerra.

Le sobrevive el vástago, la palma
que sembró junto al médano inclemente,
este verso y no más. Y es suficiente.