FABIÁN COTO


Traído a colación por
Eduardo Valverde


Trae a colación a
Rafael Ángel Troyo (q.e.p.d.)
Lisímaco Chavarría (q.e.p.d.)
Alfredo Cardona Peña (q.e.p.d.)
Joaquín Gutiérrez (q.e.p.d.)
Alfredo Trejos
Eduardo Valverde


Vida y milagros
Nació en 1981 (64 años después del Golpe de Los Tinoco). Creció en el Barrio La Soledad de Cartago, en el seno de una típica familia cartaginesa, en cuya casa siempre hubo buena repostería y discos de Julio Jaramillo. En algún momento entre los 6 y los 23 años decidió que quería ser escritor (empresa en la que ciertamente no ha depositado muchos afanes). Por lo pronto, tiene un blog, una esposa que a veces hace fotografías y uno que otro buen amigo con los que habla de política, fútbol y libros. Mantienen el blog Marioneta Desinflada.


Fabián dixit
"(...)"


Poemas

CONCURSOS PARA TRISTES

A María Luisa los pájaros le provocaban enamorarse de la muerte.
y tenía un modo tan dulce de matar las pulgas.
Cuando éstas trepaban por sus medias desde quien sabe qué
recodo del perro o del gato o del suelo María Luisa
provocaba estremecimientos en las grietas del cuarto.
Y la casa entonces cantaba canciones muy antiguas
y la familia era nuevamente grande y numerosa
y la voz de Guillermo era una suspicacia
del bigote
y el bigote era una mariposa encanecida
y María Luisa se ensanchaba de caderas y daba a luz
a mil hijos que eran como gotas de Guillermo.
Pero María Luisa a veces podía ser muy sentimental
y podía llorar noches enteras por que la casa no era precisamente
una rockola de esas donde depositás monedas
para ahuyentar fantasmas.
Entonces María Luisa se sentaba en el sofá y miraba
el arco de medio punto de su sala –la sala que Guillermo
construyó para las visitas-
y acariciaba el vacío de los tubos al vacío de su radio
y no sentía piedad del infinito y María Luisa entonces
recordaba que Guillermo la tocaba como a una extranjera
como a las curvas de los muebles como tocaba
a esa misma mecedora
donde Guillermo todas las tardes sentía miedo de morir.
Desde el fondo de su café con leche se palpaba el pulso
en la garganta y suspiraba viendo las ventanas.
Cuando viajaba en el carro de Guillermo María Luisa
permanecía callada horas y horas mientras pensaba
¿te acordás cómo te gustaban las pitangas, Guillermo?
y contaba los postes y las puertas y los umbrales de las casas
donde nunca hubo veraneras ni concursos para tristes.
Por aquel tiempo a María Luisa ya los pájaros le provocaban
enamorarse de la muerte.
Sobre todo cuando amanecía temprano
y le daba ganas de cantar –“eres mi bien lo que me tiene extasiado…”-
y el sol era un canario inmenso
lleno de incendios




UN RE-ENCUENTRO CON UNA EX-NOVIA EX-PUNK

Vos dijiste que querías únicamente un hombre que te
hiciera reír y que te hiciera el amor y que te hiciera feliz
y que te hiciera un avión de papel con las miradas de
los hijos que nuca tendrías. Yo era poco menos que ese hombre.
Pero vos no eras la misma chica punk
de hace 10 años ni yo aquel sujeto que bostezaba
en los palcos del teatro. Vos ya no tenías las uñas libres de prejuicios y yo
ya no creía en esos milagros tan hábilmente dispuestos en los supermercados.
Vos ahora conducías y yo empezaba a creer en el calentamiento global.
Pasó un autobús y nos dejó una tristeza de hollín.
Afortunadamente ambos fumábamos aún. Vos dijiste que París era tan solo
un sitio sucio con palomas. Yo agregué: y también con patios oscuros.
Dijiste que en Irlanda hay cementerios para galgos (disfrazados de líneas ferroviarias, sin más) y yo te conté que también hay cementerios para balas perdidas. Me contaste un mal chiste.
Pasó la misma señora a quien una vez obsequiamos un gato que parecía un punto y coma. Estaba más envejecida y su voz no le quería salir de la garganta. Su voz parecía un animal tímido. A lo mejor un gato.
En alguna habitación alguien trataba de descascarar el mundo a fuerza de palabras y la emancipación de la mujer era un tema aburrido para salpicarlo con boronas de pan
y gotitas de café. Preferí hablar de los abejones de mayo y de la memoria.
Pero vos ya no creías ni en recuerdos ni en equidad de género. Mucho menos en las implicaciones de la lluvia.
Hablamos del mantel y vos dijiste que las cuadrículas eran prisiones para números. Yo dije que apenas eran la copa de un árbol metafísico.
A vos ya no te enloquecía el color y yo había dejado de bruñir ataúdes de adjetivos. Ya no te gustaban las pompas de jabón ni a mí las fúnebres. Ahora rezabas para poder dormir aunque, según dijiste, los ángeles que todavía hay en tu almohada siguen con fiebre. A mí me daba frío el infinito. A vos te daba igual la nada o el Circo de los Hermanos Oblomov.
La política cada día era más gorda y no cabía entre nosotros. Por eso no opinabas de la economía. Saqué un cigarrillo y vos pensaste en la suerte de las distopías. Ambos bostezamos.
Dijiste nuevamente que querías un hombre que te
hiciera reír y que te hiciera el amor y que te hiciera feliz
y que te hiciera un avión de papel con las miradas de
los hijos que nuca tendrías.
Yo dije que aún te amaba. Reíste. Reí.
Solicitaste la cuenta y no dejaste propina.
Juré que para nuestro próximo re-encuentro ya sabría
cómo hacer aviones de papel con las miradas de
esos hijos que siempre quise hacerte.
Ese día escuché The Clash y tuve ganas de llorar.




L.A. 1992

El McDonald incendiado era una exultante
invitación que luego contagió
las palmeras del jardín de dos mansiones
de Westmorelands Heights
Para gloria del esnobismo
y la posteridad
una colonia de profesionales gays
restauraría las dos mansiones
en una desesperada tentativa
por reivindicar el Art Nouveau.
Millares de negros enloquecidos
y coreanos ultrajados
y republicanos moralizantes
y ejemplares de Los Angeles Times
embarrados de un siglo al revés.
En la esquina de Western y Venice
un midcity loco dispara contra un blood
que compraba tacos para su hija
Decenas de supermercados
fueron saqueados. Curiosamente
los delincuentes manifestaban
una extraña preferencia
por los insecticidas y las
bolsas de snacks tamaño familiar.
Cuando Óscar multiplicaba sus bolsillos
y sus monedas
en Wendy´s
su sobrino Lupe se preguntaba qué quería decir
eso de la relatividad del tiempo
y urdía tramas con sus cinco dedos
sin uñas.
Entretanto
los ancianos que subían al transporte público
hablaban a los extraños como si tuvieran
miedo de morir
solos.
“¿A vos cómo te gusta que te cojan?” – preguntó aquella vez
Sin ser en estricto sentido una persona cursi
ella prefería los preámbulos de ternura
Algo así como una vaca enferma
“Porque nada hay tan tierno en el mundo
como una vaca enferma” – diría más tarde
Y después de que él se escupiera el pene
antes de penetrarla y
antes de gemir como una bestia endemoniada
ambos se sentarían en la terraza
a ver cómo brillaban las llamas
del McDonald's de Venice
y se jurarían amor del bueno
tarareando un viejo bolero que le oyeron a la abuela